martes, 28 de mayo de 2013

Los beneméritos de la Utopía: arte y compromiso



Fuimos combatientes fieles de la utopía universal y diáfana, excombatientes condecorados con la orden del olvido y finalmente beneméritos. Así se identifican los artistas Édgar Arandia, Max Aruquipa, Diego Morales y Silvia Peñaloza, y esas señales también las comparten con el espíritu del difunto Benedicto Aiza. Son Los beneméritos de la utopía.

Sobre este grupo de artistas plásticos surgido a principios de los años 90 en La Paz, la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia y el Museo Nacional de Arte acaban de publicar el libro Beneméritos de la utopía. La estética del compromiso, editado por José Aramayo y Fátima Olivarez.

El volumen reúne ensayos interpretativos del colectivo artístico, perfiles y valoraciones de la obra de cada uno de sus integrantes y abundantes reproducciones de sus obras. La publicación será presentada el miércoles 29 a las 19.00 en el Centro Cultural de España (Av. Camacho y Bueno).

“Esta publicación —dice la presentación institucional del libro— saca a la luz a un grupo de trabajadores del arte que se resistieron a seguir las modas impuestas por la transnacionalización de la cultura y cuestionaron su poder cultural ejerciendo su compromiso con la libertad a través de su vida y creación artística”.

Los cinco integrantes de Los beneméritos de la utopía, todos nacidos alrededor de 1950, comenzaron su vida artística individualmente en la década de los 70. En distintas partes del libro se insiste en el entorno que rodeó ese nacimiento: la dictadura de Hugo Banzer Suárez. La “resistencia” a esa dictadura militar y a las que se sucedieron hasta 1982, año del retorno a la vida democrática, vendría a ser, entonces, una de sus marcas de identidad.

Hay ciertos hechos que abonan la conducta de “resistencia” de estos artistas. El 1 de noviembre de 1979, el coronel Alberto Natusch Busch encabezó un sangriento golpe de Estado. En La Paz, la gente resistió la acción militar en las calles, enfrentando a los tanques con piedras. Édgar Arandia fue uno de los muchos heridos en esa jornada: recibió una ráfaga de disparos que lo puso al borde de la muerte. Un par de meses después, en enero de 1980, Diego Morales abrió una muestra de dibujos en los que retrataba con una estética grotesca la brutalidad del golpe militar de noviembre. La galería Cecilio Guzmán de Rojas de la calle Colón, donde se instaló la exposición, fue rodeada e intervenida por el ejército, el artista secuestrado, encarcelado y torturado en los cuarteles y su obra confiscada.

Más adelante, ya bien entrado el período democrático, en 1992 —año de la conmemoración del quinto centenario de la llegada de las españoles a América—, Arandia, Aruquipa, Aiza, Morales y Peñaloza montaron la exposición colectiva titulada 500 años de k’encherío, en alusión al impacto —k’encherío significa igualmente mala suerte y maldición— de la colonización española. Ese acto marcó el nacimiento de la agrupación Los beneméritos de la utopía.

En quinto centenario posicionó en el debate intelectual y político la oposición colonización/descolonización. Y con ella el cuestionamiento a la cultura y la razón occidentales en oposición a la reivindicación de las culturas y los valores nativos. Ese rechazo a lo occidental, al “eurocentrismo”, vendría a ser otra de las marcas de la identidad de Los beneméritos de la utopía. En uno de los ensayos del libro, Sergio Cáceres —actual Embajador de Bolivia ante la Unesco— dice: “El 21 y 22 de enero de 2006, el indígena aymara Evo Morales Ayma toma juramento como presidente de Bolivia convirtiéndose en su primer presidente indígena. Los cinco siglos de k’encherío llegaron a su fin y, con ello, la historia le dio la razón a estos beneméritos”.

Más allá de los posicionamientos ideológicos, dos ensayos del libro intentan esclarecer la estética de Los beneméritos de la utopía. José Aramayo, director de la revista Otro Arte, siguiendo a Marta Traba, traza las coordenadas del arte latinoamericano a partir de los 60 para ubicar en ese contexto el trabajo de estos artistas y destacar los diversos componentes que confluyen en su estética. La historiadora del arte Paula Palicio Noriega, por su parte, diseña una sugerente genealogía que excede la pintura del continente, hasta reconocer en la obra de algunos de estos artistas, por ejemplo, ecos del expresionismo alemán —Otto Dix, sobre todo—. En todo caso, estos acercamientos dejan claro que no hay una estética común, sino rasgos estéticos compartidos.

En las páginas del libro hay aproximaciones narrativas más anecdóticas, como la del escritor Homero Carvalho Oliva, que evoca cierta bohemia paceña de los 80 y 90. Y perfiles de los artistas, como los que escribe el novelista Adolfo Cárdenas Franco sobre Arandia y Morales. Beneméritos de la utopía. La estética del compromiso permite también acercarse directamente a la obra de estos artistas. Cada uno está debidamente representado. En esas obras, trabajadas a lo largo de cuatro décadas, reside, finalmente, la trascendencia o no de su propuesta.


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