miércoles, 18 de marzo de 2015

Algo más que un taller de música africana

"Este es un homenaje a nuestras abuelas y abuelos”, es la frase con la que comienza la danza ejecutada por el maestro Marco Esqueche, junto a los participantes del taller Ritmo Afro y Cuerpo en Movimiento. Tatiana Ovando, directora de Casa Espejo, espacio cultural donde se aprende cine, yoga, música africana y otros tipos de arte, recibe con su hija en brazos a los participantes del taller e indica amablemente a actores, músicos, niños, antropólogos, entre otros, dónde pueden ponerse ropa cómoda para la clase.

En el vestidor, la futura "tribu africana” conversa acerca de sus ocupaciones y proyecciones de vida. Las expectativas del taller, en general, son explorar desde lo vivencial, aplicar el ritmo y descubrir su influencia en el desarrollo emocional y humano de las personas.

Al fondo de la sala de baile se ve al maestro Marco Esqueche, adornando el espacio con un paño rojo. Dos compañeros, uno su hijo y el otro un percusionista, lo ayudan colocando velas e instrumentos autóctonos para la construcción de la mesa ceremonial.

Después de saludar a los compañeros, Marco Esqueche, de origen peruano y descendiente afro-mochica, con más de 20 años de trayectoria en el mundo de las artes, cautiva a los presentes con su mirada profunda y cuerpo ágil.

Velozmente, con un tono seguro, pide a quienes acababan de ingresar a la sala que cubran el espejo con una frazada pequeña, "para que las niñas lindas no se distraigan con el espejo”, dice.

"Punta planta, punta planta”, dice Esqueche, mientras, con el pie derecho, comienza a bailar. Todos los presentes imitan lo mejor que pueden al maestro.

"Todo con los pies, todo”, asevera, dando un giro que comienza con el pie derecho y termina con el izquierdo, llevando el cuerpo hacia atrás. Se detiene y con fuerza dice: "En África, a diferencia de Occidente, se aprende desde los pies, bailando y al ritmo de los tambores. En África se aprende desde adentro”.

"Cacumbé…” dice, mientras avanzaba bailando al son de su canto. Da una palmada y pide a los alumnos que repitan el movimiento. "Cacumbé…”, cantan los aprendices, algo desafinados.

"Cacumbé, para nosotros los africanos, significa: ‘límpiame’, y esta danza significa ‘limpieza’. Por eso, cuando bailen, límpiense con los brazos, suelten las caderas y muevan el culo (...). Sin el movimiento del culo, en África, no se aprende”, insiste Esqueche.

Dando tres giros, canta: "Ococotata…”. Después de que los alumnos repiten el movimiento y las palabras, Marco pregunta a uno de ellos: "¿Tú qué crees que significa Ococotata?” Todos se miran. "¿Alguien tiene alguna idea?”, continúa. En voz baja, uno dice: "Tata, significa abuelo”; otro, cerca al oído de su compañero, dice: "Me parece que tiene relación con los abuelos”. Finalmente, una madre valiente dice: "¡Coco!”, y Esqueche, con una sonrisa, dice: "Sí, coco”. "En África, nosotros, los negros, esclavizados y juzgados durante siglos, agradecemos al coco. El coco es un regalo, cae de los árboles y no necesita ser plantado. Con la carne de esta fruta te alimentas, con su jugo te hidratas, con las hojas de la palmera puedes hacer techos para una casa y con lo que sobra aretes y collares”, explica.

El taller tiene algo de actuación. Esqueche pide a una de las compañeras que represente el papel de la "jailona”. Esa jailona discriminadora que se siente superior a los demás; esa jailona que es la representación del "blanco” que esclavizaba a los "negros” en África.

Los demás hacen el papel de "diablos”.
"Carancan… ¡Buh!”, deben decir, mientras con el cuerpo y el rostro imitan a los denominados "demonio negros”, asustando y sacando de la sala a la "jailona creída”.

La clase siguiente empieza con mucho más color en la ropa de los participantes. El entusiasmo se siente. Poco a poco, cada uno de ellos va comprendiendo lo que el maestro trataba de explicarles.

El trabajo de los tres días del taller fue expuesto el 21 de febrero en el espacio de artes escénicas El Desnivel. En el vestidor, las mujeres intercambiaban joyas; los hombres vestían telas de colores y los niños, libres, jugaban entre ellos. Por otro lado, los músicos afinaban los instrumentos y el público esperaba fuera del escenario.

"La presentación fue hermosa, lograron expresar a África desde sus corazones”, dijo un espectador al finalizar el show. Finalmente, los miembros del taller, quienes pusieron todo de sí mismos para la construcción de la obra musical, fueron a celebrar con un pollo "económico” a una chifa cercana al teatro.

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