lunes, 10 de abril de 2017

Andrés Bedoya expone su autobiografía abstracta,



La transformación del cuerpo, la ausencia, la fragilidad de la memoria o la duración del presente son temas que muchos intentan abordar con gruesos libros de filosofía o abrazando religiones lejanas y exóticas. Andrés Bedoya lo hace, por ejemplo, a partir de una conversación telefónica de su abuela o de las cáscaras de naranja que desechan los jugueros de La Paz. Con estos elementos cotidianos de su —y nuestro— entorno más inmediato, este artista arma una búsqueda y un discurso universal que desarrolla con unas obras que tienen mucho de proceso artesanal. Trece de estos trabajos se contemplarán en la exposición Presente, que se inaugura el jueves en el Centro Cultural de España en La Paz (CCELP). Se podrá visitar ese día y el viernes, y luego habrá que esperar —porque durante dos semanas el Centro estará cerrado— para un segundo periodo de exposición del 17 abril al 20 de mayo.

Esta es la primera exposición de Bedoya en La Paz en casi cinco años. El crítico Pedro Querejazu asegura que “gracias a un trabajo de dimensión muy amplia, este artista ofrece unas propuestas visuales excepcionales con las que ha alcanzado un nivel internacional”. El lenguaje de Bedoya, al estar bien anclado en el arte contemporáneo, es transfronterizo, pasa por encima de las supuestas divisiones entre las artes, entre los temas y entre los países. Es totalmente universal pero a la vez se inspira en realidades muy locales.

De hecho, el artista vivió 10 años en Nueva York, de donde volvió cuando se dio cuenta “de que allí ya no entendía nada”. Así experimentó una evolución personal y creativa: “La obra que hacía allá no se anclaba más que en mi imaginación, solo tenía que ver con las ideas y quería hacer otro tipo de obra, más sujeta a lo que le rodea. Lo que hago ahora a veces lo llamo autobiografía abstracta porque se refiere a mi vida, pero mi vida es producto del contexto”.

Porque Bedoya asegura que el artista no debe considerarse un ser elevado y distante sino alguien humano y mundano y por eso sale a la calle, se pierde, da vueltas y vueltas y se deja atrapar por la magia de La Paz, por su materialidad, sus significados y sus formas de hacer las cosas.

De ahí que las cáscaras de naranja que se encuentran en cualquier esquina de la ciudad le sirvan para hablar de uno de los temas que le inquietan: la temporalidad del cuerpo, cómo este cambia constantemente y, llegado un punto, empieza a fallar. “Para ver esta evolución utilizo estos materiales suplentes, las frutas y el carbón, en los que ocurre el mismo proceso que en las personas pero más rápidamente, y hacen de espejo”. Más aún porque este material orgánico se combina con el inorgánico —las yarwis que sustentan las cáscaras, el gran pedestal de color fúnebre que eleva la pieza de carbón o las monedas sobre un manto de cuero— para subrayar los diferentes efectos que tiene el tiempo según en qué material se aplique. Pero las yarwis ofrecen más, dan a la obra una simetría, distribuyen regularmente las cáscaras y así corrigen a la naturaleza estableciendo un orden en un proceso de transformación de la materia que en principio resulta incontrolable.

Como la mujer que aparece en el video que cierra la exposición, que muestra su rostro lleno de arrugas en primer plano, con una profundidad que sitúa esta pieza a medio camino entre el video y la escultura. A sus casi 100 años ella es muy consciente de que se acerca al final de su vida pero sigue viviendo en tres espacios: presente pasado y futuro. Escucha las noticias y hace planes para renovar su pasaporte y viajar. “Cierra muy bien la muestra porque no se resigna a la muerte, a esos cambios”. Pero la mujer a la vez vuelve a lo que fue su vida o a lo que ella cree que fue, porque habla de sus recuerdos de una manera no muy precisa: “En esta exposición también me interesa, como siempre, referirme a la fragilidad de la memoria porque lo que tú recuerdas tal vez no sea… otro que tiene la misma experiencia la ve de otra forma”, lo justifica Bedoya.

La muerte y la ausencia provocarán al llegar una serie de ritos que se constituyen, a la vez, en un objeto y en un proceso reflejados en las tres obras centrales de Presente: los mantos mortuorios. Todos los ha creado a mano, en un proceso artístico que añade a lo creativo la disciplina del trabajo manual, con horas de concentración en una tarea que tiene mucho de rutinaria. Así se da una mezcla de conceptos que logra unas piezas “realmente épicas”, para Bedoya. Uno de los mantos está tejido con cabello y tela; otro, elaborado con cientos de clavos y cuero; el tercero consiste en una malla más ligera y de cuatro metros de altura. Funcionan como referencia al duelo, al crucifijo, a la devoción, por lo que la muerte tiene de formalidad y de rito.

Un respeto que queda hecho trizas en la serie de tres fotos sobre la cabra, que Bedoya ha incluido en esta exposición a pesar de formar parte de otro proyecto. El autor cuenta que estaba recorriendo las afueras de Santa Cruz con un grupo de niños, retratándolos con su cámara cuando se encontraron con la cabeza de una cabra y un plato que tenían todo el aspecto de ser los restos de un ritual. Él se acercó a la escena con una mezcla de miedo y respeto que los chicos no sentían: por eso se pusieron a jugar con la cabeza lanzándola al aire, sin ningún temor, de una forma muy refrescante, desinhibida y libre. Otra manera de enfrentar la muerte.

Bedoya se refiere a estos serios temas con un espíritu tal vez menos lúdico que el de los niños pero sin duda también muy creativo, lanzando mensajes e ideas en cada obra: “Cuando uso un material tiene una razón específica”. Por eso la plata, la moneda devaluada, el cabello negro, el carbón, el cuero, el hierro, las cáscaras... todo se imbrica y forma una tela de significados con los que el artista construye un discurso sólido, atrevido e innovador.


No hay comentarios:

Publicar un comentario