lunes, 17 de abril de 2017

‘La Farruca’ pone todo el corazón en sus movimientos y sus palabras, que provienen de una larga dinastía de bailaores.



He cruzado el charco por amor a vosotros. Para un gitano, montarse en un pájaro de acero y cruzar el charco es difícil, pero lo hice por el amor que tenéis por el flamenco”. Así fue el saludo que dio la renombrada bailaora sevillana La Farruca al iniciar el ciclo de clases que ofreció a más de 40 personas, entre bailaoras, profesores, estudiantes y amantes de este arte que día a día cautiva a más personas en el mundo. “Hay corazones flamencos”, así lo cree la maestra que llegó a Bolivia por invitación del guitarrista y cantaor Christian del Río y su productora, en el marco de una gira por Perú y Ecuador.

El duende, ese espíritu intangible que llevamos dentro —según lo describía Federico García Lorca— ese “algo que sale de adentro”, sentido, motor y fuente de los artistas del flamenco, late en Rosario Montoya Manzano, nacida en Sevilla, perteneciente a una familia que cultiva este arte por varias generaciones. La Farruca es hija de Antonio Montoya Flores, El Farruco, una leyenda del flamenco, de quien se cuenta que en su honor, durante una gira por Europa, el telón del Teatro Palace de Londres se levantó 18 veces.

Esa es la fuente, el raigambre y la inspiración de la bailaora: su padre, de quien cuenta anécdotas y a quien menciona repetidas veces en sus charlas y entrevistas, y a quien tiene presente en cada uno de sus movimientos. Potente, altiva, y con una energía indescriptible, impartió en la ciudad de La Paz, en el Teatro Nuna, seis horas de clases diarias, durante tres días. Ni la altura ni ningún otro pretexto o inconveniente pudieron frenar el espíritu infatigable y genuino de esta mujer, quien también ha cultivado esta pasión en sus hijos. Farruquito, Farru y El Carpeta son los sobrenombres artísticos de sus hijos quienes, al igual que ella, tienen un sitial importante en el mundo del flamenco.

La Farruca ofreció su corazón y algo más en un taller en La Paz. Enseñó bulerías, alegrías y soleás, estilos o “palos flamencos” más populares, de los cerca de 80 que se conocen o que están registrados en algunas enciclopedias especializadas. Y se sintió a gusto con el grupo al que brindó sus enseñanzas: “Parece que aquí se está explorando el flamenco y estoy encantada, porque el flamenco se está esparciendo y esto es un gozo para mí”.

En cada paso, en cada ritmo, la bailaora inscribió su sello personal y transmitió no solo la pasión sino también la mística, el respeto que tanto ella clama y que —según su sentir— se ha perdido hoy en día ante la diversidad de estilos, fusiones y formas en las que ha derivado este arte. Es defensora del “flamenco puro”, es decir de la forma tradicional, escuela en la que ella se formó, el mismo que está compuesto por el cante, la guitarra, y el baile, como esencia fundamental. Montoya dice respecto del flamenco, ese flamenco “puro” por cuya defensa es capaz de cruzar fronteras, océanos y cordilleras que “se compone de muchas cosas: de colocación, de sentir, pero sobre todo de corazón. El flamenco es lo que eres. Es una guitarra, un cante y una bailaora bien vestida y pare de contar”.

En medio de un breve descanso en el ciclo de clases que impartió La Farruca describe que este arte, tanto, es parte de su vida, de su día a día. Y no solo para ella sino para toda una familia, la suya, que más bien podría definirse como una dinastía flamenca. Es un estilo de vida. Proveniente de la cultura gitana, donde la familia es el núcleo en torno al cual se articula casi todo, donde ella creció rodeada de palmas, taconeos, guitarras, fiestas y cante. “Yo lo puedo describir porque yo lo tengo en mi casa. Somos una familia donde existe el flamenco en cada instante del día. Es comiendo, es bailando. Del salón al cuarto de baño vamos bailando. Y cuando nos paramos es porque nos ha venido algo a la mente, algún paso. El flamenco es nuestra forma de vivir”.

Orgullosa de sus raíces, asegura que el flamenco no acabará jamás. Hoy se ha extendido por el mundo entero, al ser considerado Patrimonio de la Humanidad.

Pero este estatus no le convence del todo a La Farruca, pues dice que para bien o para mal se viene difundiendo no siempre el flamenco tradicional y algunas veces hasta se está “prostituyendo”. “El flamenco nuestro no es así, es mucho respeto, es quitarnos el sombrero por cada persona que lucha por el flamenco”. “El flamenco ha sido toda la vida patrimonio de la humanidad. Por suerte o por desgracia, alguien dice haberlo descubierto, pero existe desde hace cientos de años”. Y así como deplora a las nuevas tendencias, asegura que este arte es algo que nunca morirá. “Es así, no tiene fin. Nunca se acaba. Un grifo de agua lo tenemos que cerrar porque puede haber escasez, pero el flamenco al contrario, cada vez es más y más ¡Venga y venga!” Lo dice con acento y energía: “No es como una cosa que se va apagando poco a poco, como una vela, es como un manantial, donde va, lleva riqueza, va con alegría, con aire. Es vida”.

En la actualidad se puede ver que hay muchos estilos y se hacen muchas fusiones —como ocurre con otras artes contemporáneas— ocasionando que se vean enfrentadas dos visiones muy distintas: unos que buscan abrir y ampliar este arte y otros que defienden la tradición. En todo caso, podemos decir que en Bolivia hemos tenido el privilegio de tener a una de las exponentes y defensoras de ese flamenco vernáculo, que despierta pasiones dentro y fuera de España. Ahora nos queda bien claro que tenemos para largo con la dinastía de los Farrucos.

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